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FALAFEL INTERCONTINENTAL

En aquella pequeña ciudad del Caribe donde nos radicamos a mediados de los 70 muchas cosas eran nuevas para mí, pero para los efectos resalto una: la cantidad de comunidades de extranjeros. Médicos, profesores universitarios y simples migrantes se agrupaban compartiendo costumbres, comidas y cantos. Los locales tenían sus formas de llamarnos, algunas muy obvias, otras muy particulares: los sureños, los gallegos, los chinos, los gringos, los indios y “los turcos”.

En este último lote entraban árabes, egipcios, griegos y evidentemente los turcos. No podría hoy decir que origen tenía el primer falafel que probé en mi vida, tampoco puedo asegurar si era de habas, de garbanzo o de una mezcla de ambos.

Aquella primera degustación fue “delicia a primera vista”, esa croquetita crocante pero suave, con formita de pequeño platillo volador tenía una infinidad de sabores mezclados que no era capaz de definir, el condimento se sentía fuerte pero no llegaba a picar.


Comencé a pedirlo en cada oportunidad posible y eso me llevó a nuevos descubrimientos: a veces lo ofrecían con una cremita que más tarde supe era hummus, otras con la de menta , yogurt y pepino, algunos envueltos en pan árabe , rellenando el pan pita , acompañados de Tabule o de ensalada israelí. Me parecía fascinante que ese “nuevo mundo gastronómico ” tuviera origen en los países más antiguos y en mi cortísima experiencia me sentía tan afortunada que creo que me convertí en una especie de “catador de falafel”.




Lo primero que aprendí fue a diferenciar los falafel de garbanzos a los de habas: mientras más verde era su tonalidad, más habas tenía su mezcla , los puramente verdes eran hechos por egipcios. En cuanto al gusto, la diferencia era muy sutil con los falafel turcos , de garbanzo y con una textura distinta , como si usaran pan rallado – es solo una suposición , nunca supe el secreto.


A medida que nuestra vida fluía en la ciudad nos acercábamos a personas que lo tenían incorporado como una parte de su dieta regular, como una familia libanesa y otra de India , que nos dieron sus recetas familiares , la primera tan simple como apetitosa , la otra más picante, con dos tipos de pimienta. Unos los hacían fritos , los otros horneados.


Una vez adoptada la dieta flexitariana se convirtió en parte integral de nuestra vida y personalmente seguí "catando" variedades en cada lugar al que me tocaba viajar : en Caracas el sirio que incluía semillas de sésamo en su receta. Más tarde en Madrid se presentó la oportunidad de probar un falafel palestino que en ocasiones especiales se hace relleno , en Dubai me deleitó muy especialmente el hummus que le acompañaba, pero, irónicamente fue en un restaurante árabe de Nueva Delhi , India, donde degusté el más rico falafel árabe envuelto en pan tipo wrap .


Y así, pasaron muchos años, nuevas migraciones y una generación entera antes de que naciera ZOÍ y fue aquí, en Uruguay donde nos reencontramos con el falafel por nuestro querido Ary, parte del staff inicial, quien nos dio a degustar la versión israelí que de inmediato Daniela acopló sabiamente.


Ahora, la pregunta que cae sola es ¿Cuál de todos esos es el falafel de ZOÍ?


Técnicamente es un falafel de garbanzo sin habas, con 3 ingredientes y una mezcla de 10 condimentos y especias, hábilmente combinados.


Pero también es el producto de que en cada lugar, cada migrante le puso un poco de su historia personal y lo mezcló con los sabores locales , de la misma manera en que hoy, a juzgar por la cantidad de consumidores que tiene el producto, podemos decir que ZOÍ hace falafel de Uruguay, porque su "hogar" y las manos que lo trabajan con esmero son tan de acá como toda la historia que nos trajo a esta decisión de incorporar el falafel en la dieta diaria de muchos uruguayos.



Lo podés encontrar en cualquiera de estos lugares de venta






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